Crónicas australianas [4]

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Siu0301,-la-isla-del-tesoroLeo sobre los efectos positivos de escribir a mano y de recibir cartas escritas en ese estilo. Dudo que vaya a sobrevivir la costumbre, por muy positivo que sea para el bienestar del alma. Hoy prácticamente me sacaban fotos en un Starbucks en el que me senté, rodeada de jóvenes iPads, y iPods, coronados todos por las hondas invisibles del wifi que con tanta generosidad esta cadena de cafeterías regala a sus clientes. (Bien es cierto que en el recibito que te dan al pagar y donde aparece tu clave personal, también aparece una nota diciendo “después de una hora esta clave dejará de ser válida”). Pues bien, mi libretita de notas y mi bolígrafo eran piezas de museo y creo que cuando bajaba la vista a mi página, los fogonazos que notaba sobre mi cabeza eran flashes. Ya puedo imaginar los watsup que corren hoy por el mundo a cuenta de mi letra redondilla.

Pero la verdad es que no hay nada como un cuadernito en el que se puedan ir anotando frases sueltas, impresiones momentáneas, incluso listas de cosas a hacer al llegar al hotel. A veces son notas casi taquigráficas (¿se enseñará todavía esa asignatura?) que cuesta descifrar o saber qué quería recordar. Como:
Carretera Lester
Ecosistema alterado aquí
1860
¿Taxi?
Pero no importa, si no recuerdo la exactitud de la nota, siempre me queda el respiro moral de que me han importado un montón de cosas durante el día. Y aquí es difícil que no sean cientos las cosas que llaman mi atención.

Por ejemplo la broma que un guía hacía sobre los que venían de Sydney. Aunque en la mayoría de las excursiones que hacemos nuestros compañeros de viaje siempre son no-australianos, había una pareja mayor que dijo ser de Sydney cuando el guía preguntó de dónde veníamos. Me sorprendió que dijera “Ah, so you know how to deal with convicts!” Haciendo alusión a la población original que los ingleses desembarcaron por estas tierras, recién salidos de las cárceles de Londres. El caso es que aquellos contestaron muy bien diciéndole: “Few are left there. Most came to Melbourne to stay.” Y es que parece ser que la guerra entre estas dos ciudades no se ciño a ser consideradas merecedoras de la capitalidad del país (razón por la que se “inventó” Canberra, y además se inventó muy bien) sino que el debate continúa a cualquier nivel posible. El más probable siendo el deportivo.

The-apologyPero una de las razones por las que hubo una oleada de inmigrantes a Melbourne fue el oro. Mas de medio millón de personas de todo el mundo llegaron a probar fortuna al igual que lo hicieron otros tantos en California y Oregón (casi simultáneamente) en 1849 en Estados Unidos y en 1851 en New South Wales en Australia. La fiebre del oro era más contagiosa que la gripe y el ejemplo de unos cuántos, como Edward Hargraves en Bendigo, Victoria, era demasiado atractiva como para no intentarlo. Además no se necesitaba un gran equipo. Con un pico, una pala y una sartén agujereada, podía hacerse una fortuna. Y muchos la hicieron. Lamentablemente la oleada de chinos que llegó para probar fortuna, se encontró con una tajante oposición racista por parte de los europeos y en muchos casos las “batallas campales” acababan en tragedia. Australia ha luchado contra viento y marea –e ignorando todo tipo de justicia social- para que este continente fuera blanco. Sin ir más lejos hasta hace solo unos años los aborígenes estaban incluidos en las leyes ¡de parques de fauna! Un desastre desastroso, vaya.

Pero aquel oro es el que ha hecho de Melbourne la rica capital que hoy es. Y de hecho, aún brilla en la cúpula de algunos edificios oficiales (como también lo hace en la alcaldía de San Francisco).

Habiendo nacido en una ciudad cuyo escudo reza “Acra Leuca Lucentum Alicante” haciendo honor a su pasado de más de dos mil años de existencia, asombra muy gratamente caminar por una ciudad construida con tiralíneas por un agrimensor read more.

Alma Flor ha escrito extensamente sobre esto hecho en sus crónicas en inglés, apuntando a la importancia que en su vida tuvo esa profesión que entre otras, fue la de su padre. El Coronel Light hizo de Adelaide un trazado perfecto. Pero además se preocupó de que los parques que rodeaban los edificios importantes de la ciudad tuvieran más de los 250 metros que alcanzaba una bola de cañón. Esos amplios parques fueron declarados “libres” es decir para el público, y hoy hay unos fenomenales campos de golf de uso libre en esa ciudad.

A los japoneses les encanta esto, ya que en su país tienen que pagar cifras exorbitantes por jugar nueve hoyos.