Crónicas neozelandesas [9]

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Kia ora! Fue la expresión que empecé a oír en el aeropuerto y que nos ha seguido mañana y tarde, como saludo en cualquier lugar de este país, Nueva Zelanda –para ser exactos-. “Kia ora” pronunciado “kiora” es la palabra maorí que significa mil cosas a la vez, y todas buenas. Así que os la regalo para ver si le damos a la cultura maorí un poco de internacionalización. Porque apenas se les conoce fuera de Nueva Zelanda y su cultura fue machacada, ignorada y traicionada hasta casi hoy mismo. Ayer en el periódico local de Christchurch había un editorial haciéndose eco de la solicitud de dos grupos maoris que se sienten aún ignorados. Como la Universidad Google es manejada hoy con facilidad por cualquiera, no voy a contar la historia, pero sí una parte de ella….por si nos recuerda algo.

Cuando llegaron los ingleses, galeses y escoceses a estas tierras, miraron a su alrededor, se enamoraron del paisaje y sus riquezas y pusieron la bandera inglesa hondeando en cada esquina. Pero las dos islas que conforman lo que hoy llamamos Nueva Zelanda estaban habitadas por cerca de seiscientas tribus, hoy consolidadas en lo que llamamos la Cultura Maori. Cuando después del intercambio de conchas, piedras y comida maorí, por instrumentos, armas y vestidos británicos, la palabra “ocupación” se asentó en la mente de los jefes Maori. Entonces reclamaron el reconocimiento de que ellos habían llegado primero, ellos eran los habitantes de las islas y ellos también contaban. Después de muchas sorpresas por parte de los ingleses -que no contaban con que nadie les cuestionase su soberanía de estas tierras- la corona británica “accedió” a firmar un tratado, las dos partes se sentaron a entenderse.

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Crónicas neozelandesas [8]

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El origen de este viaje fue compartir con Olivia once días en el mar. Pero ¡claro! Ya que se iba a hacer un vuelo tan largo, pensamos que habría que aprovechar el esfuerzo y el jet-lag y ampliarlo otros lugares cercanos. De ahí el invento de Australia que hicimos por nuestra cuenta, sin guías pero con un libro gordísimo de Lonely Planet. Sin embargo, una vez hecho el recorrido inicial pensamos que sería interesante ampliarlo a Nueva Zelanda, ya que aunque nuestro crucero pararía en algunas ciudades de ambas islas de aquel país, por nuestra experiencia de cruceros sabíamos que esas bajadas del barco son cortas y no permiten la real exploración del terreno. Y así fue como contactamos a Grand Pacific Tours.

Todos o casi todos, en algún momento en la vida han hecho un viaje organizado con algún tour operator. Nuestra elección de Grand Pacific se basó en lo sugestivo del itinerario y las evaluaciones en línea. Y todo está resultando tan bien como esperábamos. La única novedad es que los 20 compañeros de viaje son australianos, con un par de excepciones de una pareja de Nuevo Mexico y un granjero de Winnipeg, Manitoba (que habiéndola visitado el año pasado por estas épocas, no me extraña nada que se haya escapado de aquel infierno blanco). El grupo ha ido poco a poco tomando cohesión. Todos excepcionalmente amables, educados, serviciales, puntuales, discretos y serviciales. La única pega es que todo lo anterior lo hacen en “australiano” un endiablado acento que nos ha costado lo nuestro entender. Así que en realidad, irse, lo que se dice irse de Australia, aún no lo hemos hecho. Ya decimos “no worries” en vez de “you welcome” para significar “de nada”. Acabamos cada frase con la apostilla de “darling”, siempre, para todo, para todos. Todas las vocales han cambiado de pronunciación y lo único que puedo pensar, es que los galeses e irlandeses, dejaron aquí su huella empezando por el acento.

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Crónicas australianas [7]

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Sentir nostalgia por dejar atrás un país en el que has vivido apenas un mes es una sensación nueva, pero poderosa. ¿Qué es lo que me hacía sentir tristeza al subir a un avión en Sydney con destino a Auckland, NZ? Mis ojos, creo, se habían acostumbrado a una mirada, a unos olores, al trino raro y distintivo de los pájaros al amanecer, a la inmensidad de todo, a la palabra Australia. Y así, refunfuñando del madrugón con Quantas, de tener que dejar una maleta en un hotel al que prometí que volvería a por ella, puse el puñado de encanto que encontré en los bolsillos de mis vaqueros y subí al séptimo vuelo de mi itinerario.

Me encanta el despegar de los aviones. Cuando ya enfilados en pista aprietan la velocidad y corren pista adelante hasta levantar el pico y meter las patas, yo también me convierto en pájaro. Ese ruido acelerado de los motores empuja al tiempo y al corazón. Coloca las perspectivas más en el cielo que en la tierra, y reduce la realidad a una cabina de avión. Y así fui dejando en cada nube a Canberra, a Melbourne, a Adelaide, a Alice Springs, a Urulu. Al alcanzar los 30.000 pies de altura ya sabía que no fui turista en aquel continente y me alegré de cuanto aún tendría que aprender, de las tres cuartas partes de aquel país que me ofrecía la profundidad de la nostalgia.

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Crónicas australianas [6]

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Nuestra vida transcurre sobre una cinta movediza que va en dirección paralela a la de los ciudadanos de los lugares por los que pasamos. Como en los aeropuertos, los vemos venir y pasar a nuestro lado, siempre más deprisa que nosotras, muchos con cables en sus oídos y la vida de a diario colgando a su espalda. Pero nunca nos cruzamos. Los viajeros traemos la mirada sorprendida de contrastes, ellos la llevan asimilada a la monotonía de sus días. Nuestros pies son lentos, conscientes de que no regresarán a aquellas calles quizás nunca, y sus prisas tropiezan con la torpeza de nuestra foto, la extensión de nuestro mapa abierto en una esquina, o la mochila de lo imprescindible para una nueva aventura en cualquier ciudad. Los turistas nos convertimos en otra clase de ser humano, uno que contrasta, por la novedad de lo que siente, con todos los que lo rodean.

Recuerdo que cuando era niña, viviendo en una ciudad que siempre fue turística, la gente que iba de paso contrastaba por mucho más que por entorpecer la fluidez del tráfico en la acera. Sus ropas eran diferentes (siempre colores más claros a cualquier edad), sus zapatos, sus bolsas, sus sombreros, sus cámaras. Podías distinguirlos a tres calles de distancia. Eso ya no existe. Nada nos distingue de un país a otro. Tampoco los restaurantes, ni las tiendas, ni los objetos que se exhiben en ellas. Quizás en algún tiempo también todos los seres humanos nos habremos unido en un solo color, con unas mismas características físicas, con un mismo segundo idioma. Y ni siquiera creo estar hablando de ciencia ficción. Mira esto https://superauto.es/

Despertar-2Pero la geografía su flora y fauna, permanecen ancladas a un rincón del planeta y de ahí que nos metamos en aviones por 20 horas hasta llegar a ellas. Los últimos días trajeron multitud de contrastes a nuestra experiencia. Por supuesto dejamos las ciudades de la costa y nos metimos tierra adentro para “experimentar” este desierto.

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Crónicas australianas [5]

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Conforme nos hemos adentrando en este enorme desierto que es el centro del país, he ido viendo más y más “back packers” (mochileros) una variedad humana de similares características sea cual sea su país de origen. Son jóvenes (una media de 25 años), gente preparada (bastantes niveles de preparación, pero ninguno sin nivel medio). Al menos bilingües. Con un plan de vida trazado hasta los 35 años…después ya veremos. En su mayoría solos (sin familias a su lado). Igual número de hombres y mujeres. Casi de cualquier país del mundo (excepto españoles, porque no hay pactos gubernamentales entre España y Australia….. me encantaría saber qué hay detrás de esto). Duros trabajadores. Cobran menos que los australianos.

DesiertoY esta última frase es la clave de por qué me los encuentro aquí. Ayer estábamos en Alice Spring y hoy en Urulu. La temperatura aquí es de una media de 39-43 grados centígrados. Las diversiones muy limitadas una vez que ya has visto todas las atracciones turísticas de la zona, o si no eres un enamorado de la fauna y flora nativa, o si te interesa la cultura aborigen o su arte, porque de de todo ello hay mucho para explorar y analizar. Ellos son los guías de los tours. Los conductores de los autobuses. Los que limpian las habitaciones de los hoteles. Los maleteros. Están por todas partes, con sus acentos franceses, alemanes, galeses, suizos. Y ayer compartí una taza de café con una de ellas. Annette. Me retó a que le adivinase el acento. Sonaba a un inglés estándar ni británico, ni australiano, ni americano. Resultó ser de Berlín. Lleva más de dos años viajando por Asia, quedándose en hostels donde conoce a gente que conoce a gente y así empalma, trabajos, ciudades, meses y años. No le pregunté la edad pero debe estar en los 25-29.

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Crónicas australianas [4]

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Siu0301,-la-isla-del-tesoroLeo sobre los efectos positivos de escribir a mano y de recibir cartas escritas en ese estilo. Dudo que vaya a sobrevivir la costumbre, por muy positivo que sea para el bienestar del alma. Hoy prácticamente me sacaban fotos en un Starbucks en el que me senté, rodeada de jóvenes iPads, y iPods, coronados todos por las hondas invisibles del wifi que con tanta generosidad esta cadena de cafeterías regala a sus clientes. (Bien es cierto que en el recibito que te dan al pagar y donde aparece tu clave personal, también aparece una nota diciendo “después de una hora esta clave dejará de ser válida”). Pues bien, mi libretita de notas y mi bolígrafo eran piezas de museo y creo que cuando bajaba la vista a mi página, los fogonazos que notaba sobre mi cabeza eran flashes. Ya puedo imaginar los watsup que corren hoy por el mundo a cuenta de mi letra redondilla.

Pero la verdad es que no hay nada como un cuadernito en el que se puedan ir anotando frases sueltas, impresiones momentáneas, incluso listas de cosas a hacer al llegar al hotel. A veces son notas casi taquigráficas (¿se enseñará todavía esa asignatura?) que cuesta descifrar o saber qué quería recordar. Como:
Carretera Lester
Ecosistema alterado aquí
1860
¿Taxi?
Pero no importa, si no recuerdo la exactitud de la nota, siempre me queda el respiro moral de que me han importado un montón de cosas durante el día. Y aquí es difícil que no sean cientos las cosas que llaman mi atención.

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Crónicas australianas [3]

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En mi crónica 2, mis observaciones a pié de calle me llevaron a comentar la necesidad de un cambio global en el tratamiento de quienes somos en el S XXI y cómo pensamos sobrevivir. Ayer, los sucesos de París subrayaban este hecho con la dolorosísima consecuencia de más muertos. Hubo 20 en Francia pero hubo 73 en Yemen. El mismo día. El mismo fanatismo.

facebookEl periódico británico The Economist hace una semana apuntaba a la necesidad de que el Islam se renueve de la manera que Lutero reformó al protestantismo, desde dentro. El papa Francisco parece decidido a hacer una reforma necesarísima del Catolicismo (dos sde sus caldos.glos más tarde que los protestantes…pero en busca de igual transparencia). Y el islam necesita encontrar a un líder que se aparte del fanatismo y redirija a sus fieles a una vida de paz y amor por la vida y los semejantes. Amén.

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Crónicas australianas [2]

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Es raro encontrar a un australiano que no haya viajado antes de los 30 años por al menos medio mundo. Es su costumbre, al terminar el bachiller, trabajar por un año para poder costearse la mochila y los vuelos low cost al lugar elegido como punto de partida, desde donde intentará ganarse otro poco para el próximo trayecto. A veces pasan uno o dos años en esta experiencia. A veces no regresan a casa hasta una década más tarde.

MuseoPor lo tanto es fácil hablar con gente que no solo conoce el mundo, sino que lo “reconoce”. No es una visión turística y superficial, sino todo lo real que le dio su corazón y su cultura entender. Parece una trivialidad, pero da un cariz muy distinto a la vida “ a pie de calle”. Y además está la inmigración. Nos ha llevado al aeropuerto en Canberra un madrileño,  en el autobús tenía al lado a una señora de Calpe y el pocket wifi me lo vendió un tipo de Camagüey, Cuba.

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Crónicas australianas [1]

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Domingo 4 de enero, 2015

Opera-HouseHace una colinita de décadas, a mi regreso de un viaje como éste que hacemos ahora, imprimía las fotos que traía en decenas de carretes y las colocaba en un álbum, segura de recordar siempre dónde y cuándo habían sido tomadas. En este recién estrenado 2015 me adapto a la digitalización de mi vida. Las 16 Gigas del chip de mi cámara se insertan cada noche en el lateral de mi Mac-Air, importo las mejores tomas del día y creo un slide show con título y fecha, que guardo en mi cloud for “safe keeping”.

Pero mi palabra me sigue siendo mucho más fiel que mis ojos. Estas crónicas son el contra punto en español de las que Alma Flor escribe en inglés y sirven para que en la llanura de las lunas que le quedan a la trayectoria de nuestros días, comparta con nuestra pequeña familia de hermanos, amigos, sobrinos, nietos, hijos y sobrinos-nietos esta aventura. Pero además, para compartirla con nuestra memoria.

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